(Imagen de "Prilaz")
Continuamos con otro relato presentado en el concurso organizado por el club de karate-kempo de Abrucena, que intenta ensalzar los valores humanos.
Había una vez un hombre rencoroso y odiado por todos. Lo odiaban porque era desagradecido y el bien lo quería sólo para él.
Un día había una mujer que leía el futuro y el hombre le dijo:
- Léeme el futuro. ¿Qué suerte voy a tener en mi vida?
- Si sigues el camino que llevas tendrás mucha mala suerte.
- ¡Bah! –vaciló el hombre mientras se marchaba.
Esa tarde vio un cartel en el que se decía:
Se empieza a dar clases de Kenpo-Karate el martes día veintiuno a las cinco y media.
El hombre pasó del cartel y siguió su camino.
Esa tarde, mientras el hombre paseaba, encontró un naranjo. El hombre tenía hambre, así que decidió coger unas cuantas. El dueño del naranjo lo pilló y le dijo:
- ¿Qué haces cogiendo naranjas de un árbol que no es tuyo?
El hombre le tiró una naranja a la cara al dueño del naranjo. Le cayó ácido en los ojos y el otro hombre aprovechó para darle una paliza.
Por la noche soñó que el dueño del naranjo le daba la paliza a él. En su sueño el hombre estaba muy mal y sentía un dolor horrible. El hombre resistía y pensaba en que él se lo merecía. Tampoco pasaba nada por coger unas cuantas naranjas.
Cada día se sentía peor por lo que había hecho a ese pobre hombre pero seguía negándose a pedirle perdón.
Es misma tarde era la clase, así que fue. Al empezar Jesús, el instructor, les dio una clase oral explicándoles para qué valíamos las personas, es decir, nuestros valores humanos.
El hombre aprendió muchas cosas: el saludo, tres técnicas… Pero tuvo mala suerte: haciendo el saludo se cayó atándose el cinturón del kimono, lo pisó y se resbaló. El hombre pensó: ¿Será verdad lo que me dijo la mujer?
Se arrepintió de todo lo que hizo, le pidió perdón al hombre, ayudó y se preocupó más por los demás que por sí mismo y todo gracias a la conversación con Jesús.
Al cabo de unos meses se casó con una mujer muy buena y sencilla, le contó a la mujer todo lo que él era y a la mujer le gustó mucho que hubiera cambiado.
Ellos tuvieron hijos y los dos eran muy malos. Cuando tenían ocho años hacían lo mismo que su padre cuando era malo.
El padre les dio una lección a sus hijos y les dijo todo lo que su instructor les había contado sobre los valores humanos. Los niños se apuntaron al karate y aprendieron mucho.
Los padres estaban muy orgullosos de sus hijos y los niños estaban orgullosos de sus padres.
2 comentarios:
Me satisface que entendais el valor humano de este arte, Kenpo Karate
Alba M: yo quisiera también felicitar a su monitor que hace una gran labor en Abrucena, así como a Mª Luisa por el relato.
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